viernes, 8 de octubre de 2010

Lenny Kravitz en Chile (Comentario aparecido en el libro "Concierto Visual" del fotógrafo Juan Pablo Quiroz)

viernes, 8 de octubre de 2010

Cuando Lenny Kravitz actuó en el coliseo principal del Estadio Nacional, el miércoles 9 de marzo de 2005, comenzó a hacerse popular esa zanja de la desigualdad que proponía dividir la cancha en un sector general y otro vip, con una ostensible diferencia de precio en el ticket. Quizás por eso mismo, la actuación de Kravitz, apoyado por el lanzamiento de un disco de menor cuantía titulado Baptism, tenía un sabor extraño, contenido, contemplativo: sería que había sillas y que ese público privilegiado era bastante adulto y acompañado de muchos cabros chicos.

A media tarde, en la prueba de sonido, Kravitz se bajaba enfurecido desde el escenario, y caminaba libremente hacia la mesa instalada en la cancha para discutir airadamente con su sonidista. No podía haber mejor ingeniero de sonido para la ocasión: la presentación sonó como cañón, incluso para los relegados en la cancha general: una hilera de bocinas y altoparlantes a la altura de las cabezas apoyaba las cajas verticales.

Pero un par de horas antes de esa reunión religiosa se vivían momentos de nervio. La industria musical comenzaba a sufrir sus primeros síntomas de decadencia y los personajes que administraban el negocio del moreno músico vigilaban y registraban cada caseta y lugar del Estadio Nacional para evitar que alguien se hiciera el vivo grabando el evento. Hubo un incidente con las cámaras de vigilancia del estadio. El manager de Lenny Kravitz las quería apagadas. El coronel de Carabineros a cargo de la seguridad decía que si le apagaban una pantalla el espectáculo se suspendía. Ya había cerca de 35 mil personas en el recinto.

En esos momentos, Kravitz se sacaba fotos con un grupo de personas que había ganado concursos en diferentes medios de comunicación para compartir unos minutos con él. Estrechó manos y se sacó fotos amablemente, pero no se sacó las gafas.

El espectáculo fue cercano a la perfección. Lo más cercano a un ceremonial, pues Kravitz invocaba entre canción y canción su admiración y amor por Jesucristo y reproducía sobre el escenario un ritual de agradecimiento, convencido además de que todo este público extraño, que llenó el Nacional, estaba en la misma. No abusó del material desconocido, dosificó los estilos, la sensualidad y la carga sonora. Los que vinieron se llevaron consigo la gran colección de grandes éxitos por la que pagaron un precio alto y por la que obtuvieron del artista, inadvertida y totalmente gratis, algo parecido al bautismo.

viernes, 27 de agosto de 2010

¿Me explico?

viernes, 27 de agosto de 2010
GUILLERMO BLANCO (1926-2010)

Hacia segundo año de mi pregrado en la Portales, los profesores del área periodística se las arreglaban para humillarte en público. Agarraban tu trabajo, muchas de las veces pésimamente mal reporteado, y se reían de ti enfrente de los demás. Varios de nosotros pasamos por ese insorportable rito de pasaje, incluso a sabiendas de que el prestigio de los profesores era cuestionable (uno de ellos mandó imprimir el titular de que ganaba el "Sí" en La Nación el 6 de octubre de 1988).

El escenario era propicio: la Portales era privada, los profesores eran de las escuelas tradicionales y pensaban que por haber entrado con promedio de 660 en la prueba éramos idiotas. Nos examinaba la Chile en ese tiempo. No había autonomía.

En ese moderno sistema de pedagogía universitaria, los favorecidos solían ser los mismos que en una clase de matemáticas: tres o cuatro alumnos aventajados que escribían muy bien se llevaban toda la atención. Adicionalmente, las 4 minas más ricas del curso (y había más de 4 en ese tiempo) , independiente de sus talentos y limitaciones, se convertían en la degustación adicional para corregir con minucia sus bodrios, con el propósito real de mirarlas hacia el vértice de sus turgencias.

Mi prontuario no era feliz al entrar a tercero: reprobé un ramo de periodismo informativo porque entrevisté al alcalde cuando el profesor me había pedido todas las fuentes menos un alcalde. También me eché otro de redacción periodística porque yo le porfiaba al monstruo de los besos que tenía adelante: un ser despreciable que le cuneteaba los besos a todas las minas y que finalmente huyó impune frente a una denuncia de acoso sexual, cuando eso no estaba en el menú de la ecología de las relaciones. Además, no sabía escribir (Ojo, en la Andrés Bello puede que aún sepan de sus bondades).

A solas por los pasillos de la escuela pensaba que yo no era ni alcanzaría a ser Mundt, Sabella u otro de los mártires de la profesión. Ni siquiera sabía si consumiría tanto alcohol al final de mi vida, pero esto de escribir como el orto me tenía bastante entristecido.

Me atrasé un año, para jolgorio de mis padres.

No era buen alumno, pero tampoco era malo como para cambiarme a Ingeniería Comercial o Técnico Informático. Eso pensaba todo el tiempo: "no soy tan malo, no puedo ser tan malo".

Así llegué a la sala la primera clase con Guillermo Blanco. Un profesor que era famoso, porque al menos todos habían leído "Gracia y el Forastero". Las opiniones en la Escuela se dividían: que era el verdadero formador de nuestra generación, o que forzaba a escribir de una manera cándida, sin fuerza, sin traicionar un molde.

Antes que eso, y este detalle es relevante, había asistido a su taller de cuentos, ahí mismo en la Portales, estando en primer año. Como mis notas no eran buenas, preferí pagar por un taller de cuento, frente al riesgo de no tenerlo en el pregrado. Mi abuela María, ese año, me había dicho: "hijo, qué quieres para tu cumpleaños". Y yo le respondí: "Abuela, quiero que me pagues un taller de cuentos". Ella, que nos obligaba en vacaciones de invierno y verano a escribir algo, lo que fuera, todos los días, cinco líneas como mínimo, encontró que la idea era increíble.

En el taller de cuentos de Guillermo Blanco llegaba de todo, en términos de edad y propósito. De todo ese racimo de animales, la única verdaderamente talentosa era Alejandra Costamagna, que a la postre se transformó en escritora. Todavía recuerdo uno de sus cuentos: "Y el Hambre era de Papel".

Ahí, el profesor Blanco mostraba su cualidad más extraordinaria: no importaba qué basura le mostraras, cuán asqueroso era lo que te atrevías a escribir. El tipo tenía paciencia. Lo leía contigo, lo comentaba y, lo mejor de todo, escarbaba hasta dar con algún mérito. Y te lo decía. Te lo explicaba.

Al final de sus consejos para mejorar ese cuento con cáncer terminal, te decía: "¿me explico?"

"Sí, profe, gracias, lo entiendo súper bien", le decía yo.

Dos años después, luego de todo mis fracasos periodísticos, me vio entrar a la sala y me saludó afectuosamente. Y debo constatar, como todos los que dicen pasaron por su sala alguna vez, que aprendí a escribir mejor. Que mesuré mis adjetivos y que agarré la gracia de apegarme a las pequeñas historias más que a las grandes.

En las columnas, el profesor Blanco era amable. Adjuntaba escrito a máquina un comentario cuando te entregaba la nota. El cuerpo de tu trabajo tenía observaciones desde su pluma fuente, pero solía no invadir tanto el texto. Le gustaba más mirar desde fuera, desde el resultado final.

En los reportajes, que eran más distanciados, el tipo era más severo. Pero se daba la misma maña. Luego te acercabas a ampliar las recomendaciones que hacía y finalizaba siempre preguntando: "¿Me explico?"

Si bien entiendo que su persona, su increíblemente empática persona, no tiene nada que ver conmigo, creo que me hice profesor por su culpa. Su visión de la pedagogía era sencilla y de una claridad envidiable. Se adaptaba al estado de ánimo y al autoestima de todos sus alumnos. No se vanagloriaba de nada, ni de sus triunfos, ni de sus reconocimientos.

La única vez que lo recuerdo hablando de algo suyo fue una vez que dijo "me voy a morir estudiando a Unamuno".

Guillermo Blanco te escuchaba, te aplaudía, y siempre había sentido del humor en sus clases. Tampoco abusaba del discurso. Prefería hablar lo justo, recoger ejemplos meritorios y luego la preguntita, su única muletilla, con su voz raspada y de volumen bajo, una pregunta que lo retrataba por completo: "¿me explico?"

lunes, 7 de junio de 2010

Manuel García y su nuevo vuelo

lunes, 7 de junio de 2010


En medio de su presentación el sábado pasado en la SCD de Plaza Vespucio, con público fervoroso y diverso en edad, Manuel García hace varios homenajes: con gafas personifica a Florcita Motuda con una bella interpretación de “Gente”. Saluda el talento y ruega por la recuperación de Gustavo Cerati. Arenga la valentía de músicos chilenos más jóvenes que él y que son parte de su apadrinamiento. Muestra una bandera con el rostro de Allende. Cambia la guitarra de palo por una Fender Telecaster blanca y se transforma en Bob Dylan.

Es eso finalmente: su bobdylanazo, como lo confesaba días antes al aire en una entrevista. Es un tipo que huye de las etiquetas, que está atento y consciente de cómo son los periodistas y de cómo ellos le cuelgan letreros: que se parece mucho a Silvio, que tiene el sonsonete de Víctor, que es como esto o aquello.

Sin el afán de defender a nuestros colegas, el periodismo, ingratamente, define con lo que existe, y eso, Manuel García no lo perdona (vean el librillo interior de S/T). Entre canción y canción, relajado y a sus anchas, vuelve a burlarse de los que redactan mal o que entienden otra cosa. Es cierto: desde Mecánica Popular en adelante, Manuel García sufre malinterpretaciones: por su postura poética, su sonoridad de trovador queriendo ser rockero, al adquirir el papel de Víctor Jara en una reposición sinfónica, o ahora, cuando vuelve a la naturaleza de una banda (lo demuestra muy bien en los arreglos de la sencilla “Alfil”).

¿Dónde está su liberación entonces? Hay, esencialmente, dos cosas. La primera es la carátula de su nuevo disco, el dibujo de la guitarrita y las alas de libélula. Manuel García está muy arriba, sólido, respetuoso de su historia (cantó “Gato” para gusto de los seguidores más veteranos), pero se pone el traje de alguien que sabe que está de moda. La segunda es el público, fervoroso y diverso. Padres con hijos pequeños, adolescentes en patota, hombres y mujeres maduros, gente en el suelo, en los pasillos, con cámaras, con teléfonos al aire, perplejos primero, emocionados después, provocando tres bis y un emotivo final con “El viejo comunista”.

Despojado de un solo estilo, Manuel García está en ese alto vuelo de la visita estilística, del cantautor libre. Las canciones, enchufadas o de palo, son las mismas para todos. Y el énfasis que él pueda darles, es un juego que contiene, sin prejuicio alguno, una mirada muy contenida y estratégica, del espectáculo (probablemente recomendada por la mano de Carlos Fonseca).

Manuel García, ya antes del lanzamiento de su nuevo disco (se espera que sea en un teatro en condiciones más solemnes), le hace muy bien a la música y a la gente.

lunes, 19 de abril de 2010

RAPA NUI: Entre aburridos y calientes, pero amables

lunes, 19 de abril de 2010

Me encuentro en la pizzería La Esquina, justo enfrente de la parroquia del centro, lugar donde además tienes que llegar en caso de un tsunami. Es domingo, son las 4 y media de la tarde, y ahí están algunos turistas sentados comiéndose una vegetariana, un par de lugareños compartiendo una napolitana, y yo, en el mesón interior (no quedan mesas) zampándome una individual con fondos de alcachofa, mucho ajo, rúcula y un queso más bien desabrido.

Lo más expresivo de esta escena, sin lugar a dudas, son cinco perros de distinto tamaño, pelaje y color, que se sientan en sus cuartos traseros a esperar algún bocadillo. Son encantadores, amistosos. Mueven la cola y agradecen las caricias tanto como los sobrantes.

Enfrente de mí, un chico de unos 30 años está con codos encima y con la vista perdida. El cocinero había echado mi pizza al horno y su turno se acaba. La mujer que está con él tras el mostrador le dice que se vaya, que ya está, que ella se hace cargo. Ella, de lindo tostado, aunque con el pelo teñido, le habla al que está a mi lado, echado, cansado. Lo hace en castellano:

“¿Tú estás listo ya?”

“Hace rato”, responde desganado, “justo mi día libre hoy… no sé qué hacer en mis días libres”

“Ayúdame”, dice ella con naturalidad, “los franceses de afuera no tienen servicio ni servilletas”

El tipo se resigna y hasta se entusiasma:

“Ok, ahí voy”, y se levanta.

La mujer me mira y me pregunta:

“¿Está buena?”

“Maravillosa”, le digo sin mentir. Tenía un hambre de caballo y la masa es delgada y crujiente como debe ser. Me permito no comentar lo del queso desabrido.

Ella sonríe, pero luego se abstrae en las tareas de la cocina. El cocinero que había salido del turno pide un taxi por teléfono y llega a los 40 segundos. Se marcha. Los perros lo siguen y le ladran felices.

Pago y salgo. Casi no hay negocios abiertos y no anda gente en las calles. Debe ser la lluvia. Hasta hace un rato se había dejado caer un aguacero de acabo de mundo, esos que sumergen Santiago en la tragedia. Acá el agua circula nada más y más de alguien camina con ropas livianas bajo el chaparrón.

De hecho, el fútbol de los domingos, que se juega en la cancha principal del centro de la ciudad, enfrente a la caleta de pescadores, no se suspende. Ahí están, naranjas y rojos disputando un partido que es un barrial. La pelota anda muy loba y los que sufren más son los defensas. Un par de horas antes, justo en la entrada del colegio donde se hace el Rapa Nui Film Festival, me encuentro con un lugareño que lleva la polera de la selección de fútbol local:

“¿Eres de la selección?”. Creo que lo único que quiero verificar es si los pascuenses son lo hoscos que sostiene el estereotipo.

“Sí, delantero”, me dice. Sus rasgos son bellos. Tiene la piel muy tostada, no es tan alto, pero su estado físico es envidiable. “Igual fuimos la vergüenza con el Colo la otra vez. Pero pudo ser peor. Además, qué tanto Colo Colo… son ahí no más”.

“¿Hay liga acá y todo?”

“Sí, hay como 20 equipos diferentes, todos de fútbol. Nosotros jugamos ahora en unos minutos. Anda a vernos. ¿Tú juegas?”

“Me entusiasmo y lo hago a veces, pero soy medio queso”, le digo.

Se ríe, reflexiona y me aclara:

“Yo no sé qué haría si no tuviéramos fútbol. Acá en la isla todos los domingos es sagrado. Uno se vuelve medio loco con lo tranquilo. Pero hay lindas oportunidades. Ahora cuatro selecciones se van al campeonato polinésico en Tahiti”.

“¿Cuándo es eso?”

“Fines de junio, principios de julio. Nos va bien. Allá los tontos son malos. Mucho físico, pero nosotros tenemos más técnica, con pelota al piso”.

“El fútbol chileno funciona así”, le digo intencionalmente.

“Claro, ¿de qué te sirve ser un gorila?”

“Oye, pero, ¿has venido al festival de cine?”

“Estaba ahora dentro con mi hija, pero está demasiado caluroso y tuve que salir”.

“¿Estás casado?”.

“No, los pascuenses no nos casamos. Puro amor pasajero no más”.

“¿Cómo es eso?”, le pregunto intrigado.

“Muchos amores… ¿cierto tía?”, le pregunta a una mujer mayor que va pasando por el lugar.

“Pura calentura”, dice la tía y luego agrega algo en la lengua local y se ríe.

“¿Se aburren mucho acá?”

Su vista se distrae con algo a mis espaldas. Me vuelvo. Es una chica del continente, con ropas livianas. Muy mina.

“¿Qué te estaba diciendo?”, me dice.

“Hablabas del amor, de que no se casan y te pregunté si se aburren”.

“No, no se puede casar uno. Yo tengo a mi hija y la amo, pero el matrimonio no es pascuense. Es que las mujeres… las de afuera sobre todo… qué te puedo decir”

Me queda claro que el mito de la calentura es real, pero que se circunscribe más a los hombres locales en relación a las turistas, muchas de las cuales vienen a lo mismo. De hecho, se les recomienda a ellas no circular después de que oscurece. El mito sostiene que pasan a caballo y que se las llevan. Conozco un par de amigas que se vendrían felices.

Nos despedimos e insiste en que los vaya a ver jugar.

Más tarde, mientras veo el fútbol, me percato que no soy el único foráneo entre el magro público, esencialmente compuesto de familias y amigos. Tres tipos que fuman, vestidos mucho más como continentales, hablan de Gustavo Benítez y de su incorporación a Palestino (“Pero la última vez Benitez vino a puro dar la casha al Colo po loco…”). Hacen chistes obvios y se ríen de los locales. Están apartados. Claramente son parte de la mano de obra que viene a trabajar en albañilería en la isla, especialidad que, según me dicen, es escasa, enfrente de las necesidades de construcción turística y de servicios básicos (se construye un hospital estos días).

Otro lugareño, uno que se dio cuenta de que yo venía desde la radio ADN, me dijo que lo peor que le pasaba a la isla estos días era que se había llenado de flaites:

“Usted, amigo, viene a aportar acá. La radio suya es del continente, pero yo la escucho a veces porque no se olvidan de acá, no nos vienen usted a quitar nada, amigo. Pero llegó un grupo como de 300 trabajadores del continente que son muy desagradables. Botan basura, hostigan a la gente cuando andan en grupo curados y nadie les puede decir nada porque sacan cuchillos, amigo”.

“Pero si hay algo muy pascuense, según me dicen, es que acá todo se arregla a combos”, le advierto.

“A combos es diferente. Estos tipos andan en patota”.

Sí, mi comentario es discriminatorio, pero real: el flaite ya llegó a Isla de Pascua.

Finalmente, entonces, identifico dos elementos muy importantes en el trato con los pascuenses. No les molesta eso de que Chile sea el país que está a cargo. Más bien les da lo mismo. Y en segundo lugar, el pascuense te saca la foto cuando llegas y te desafía un poco, te pone a prueba. Es para sacarte el rollo. A qué vienes. Cuánto estarás. Qué le aportas al lugar. Qué le puedes quitar.

Si pasas la prueba, son unos tipos entrañables, con un sentido del humor raro, con una preeminencia masculina que no es machismo, y el ritmo y relajo de una isla con un paisaje imposible.

sábado, 17 de abril de 2010

RAPA NUI FILM FEST: crónica incauta

sábado, 17 de abril de 2010
Cuesta entender que este lugar es Chile, salvo porque se habla castellano, por las placas de los autos, o los letreros que quedan de “Gobierno de Chile” con el logo de la Concertación que no se cambian aún, o la farmacia Cruz Verde que mezcla su logo con un fondo de madera. Además, según entiendo, les debe costar más a los locales, a los llamados pascuenses, pese a que ya prácticamente no existe el linaje puro desde hace bastantes generaciones. Todas las familias de la isla tienen miembros continentales, o extranjeros, o entrometidos.

Celosos y absolutamente conscientes de su particularidad geográfica y humana, los pascuenses, de buenas a primeras (es mi primer día), son hoscos. Yo creo que lo vean a uno bajarse del avión, pálido como un cadáver, les da bronca, sólo porque viene a ser una pequeña invasión más de las miles que han venido con buenas o malas intenciones, en una lista que se incluye de todo: rapto de esclavos, violaciones, explotación forestal de recursos naturales, imposición de gobiernos occidentales, importación de enfermedades terribles y mortales como la lepra (circula ese rumor en la isla, que aún hay gente que tiene lepra) y que venga al final un país de lo más flaite a tomar posición.

En definitiva no todos son pesados, pero se muestran arrogantes y burlescos. Perdidos en un camino de tierra hacia las canteras (sí, nuestro conductor se perdió en una isla pequeña)le preguntamos si, en esa bifurcación que iba más adelante, nos llevaba directamente a la cantera de los moais. La mujer, que cortaba el pasto de un sitio protegido por ley de monumentos (se han vuelto mucho más drásticos con el tema desde hace un par de años por robos y atentados al patrimonio), le pregunta de regreso: “¿Tienes un guía?”. Luego de responderle incauto que no, ella replica: “Consíguete uno y no interrumpas mi trabajo, por supuesto que ese es el camino”. Luego murmulla algo peor seguramente.

Una chica pascuense de edad indefinida, rasgos lindos y piel tostada, que estaba en la entrada del colegio donde se armó la sala de exhibición, y viéndonos la evidente cara de no lugareños que portamos, pregunta: “¿Cuánto llevan acá?
“Sólo 5 horas”, le digo yo.

“Venimos viajando largo”, le dice Martín, un periodista que viene desde el Clarín de Argentina y que está más interesado en la historia de cómo el Rumpy y su mujer, la directora del evento, encantados con la Isla por separado, se conocen después y ahora andan en ésta.

“Qué pésimo”, nos dice la pascuense, sonando intencionalmente desagradable. “Se nota en sus pieles. Les perdono que lleven sólo 5 horas. Pero mañana, a tostarse un poquito. ¿Alguien me da un cigarro?”

Después dira algunos lugares comunes sobre que los continentales nunca cumplen su palabra, y que dicen cosas como espérame un segundo y se pasan horas. Algo cínica sonaba en eso.

El clima de Isla de Pascua es tropical, soleado y húmedo simultáneamente. Está todo verde. Vegetación de arbustos tupidos, de intensas flores rojas. Acá los gomeros crecen tanto como en Cuba, y ahí me doy cuenta de que la comparación, en términos del entorno y de sus habitantes me recuerda precisamente a eso. Isla de Pascua es como estar en un barrio de las afueras de La Habana, como camino a Pinar del Río, con mucho aroma a plantas y flores, callecitas apenas asfaltadas y de piedra sobre callecitas que se meten en tímidas lomitas, y las casas feuchitas con ladrillo de piedra caliza parado y con techo de latón, metidas entre estos árboles que les mencionaba más arriba. Hay espacio entre las viviendas. No hay grandes muros, sólo algunas rejas a la altura del pecho de un chileno de estatura media. El centro tiene ese sabor multinacional de balneario, con algunos restoranes de sushi y letreros en varios idiomas atendidos con música chill.

Los precios son de temer. Una bebida enlatada, dependiendo de dónde se adquiera, cuesta entre 800 y 1500. No comes por menos de 7 lucas, aunque las porciones son abundantes y bien preparadas. Este año somos privilegiados pues el año pasado no había nada de atún y estaba en veda. Ahora hay para regodearse y eso está más conveniente, porque en el continente el atún te lo cobran rudamente.

Bueno, y sí, hay un festival de cine este fin de semana. En la jornada del sábado no ha venido tanta gente, pero probablemente tiene que ver con que los títulos no son tan conocidos.

Pero ahí está la gran multicancha cerrada, con los equipos del Cine Hoyts a la vista y sonando tanto como los parlantes de la banda sonora de lo que se exhibe sobre un paño lisito. El público se aposta en sillas plásticas de bebida gaseosa y el público viene de todas partes. Pese a que hay recomendación sobre los contenidos, los niños entran con sus padres si quieren. Es chistoso ver la reacción de un chico de 9 años frente a una escena lésbica. Su hermana de 11 a lo más le dice: “no mires esta parte, son dos mujeres”.

Hoy habrá ronda de entrevistas con los invitados. Yo pretendo hablar con un cineasta ecuatoriano que exhibe su película hoy, y que ha estado en eso de filmar en la isla. La actriz original falló por lo tanto la directora del festival se ofreció de actriz. Ayer bromeamos con el periodista de Clarín. Que él podía perfectamente presentarse como el hermano de Campanella y presentar esta noche “El Secreto de sus Ojos”. El premio Oscar arruinó la presencia del cineasta de moda en un festival que, de seguir haciéndose, será más que moda en unos años.

jueves, 18 de marzo de 2010

El día que me abrazó Gloria Münchmeyer

jueves, 18 de marzo de 2010
No sé nada de teatro. Con suerte intuía que cada año hay muchas obras en Santiago a Mil. Pero supe más por estar clavado con la conducción del programa de teatro de la ADN en enero pasado: y supe que el teatro chileno tiene mucha historia, estilos, alcances, voces y momentos. Por lo tanto, todos los días de enero, conduje un programa de radio sin tener idea de nada de teatro. Entrevisté a actores, directores y autores. Siempre lo hice desde la cándida ignorancia y el sentido común.

Por la disponibilidad de invitados más al mediodía que a las 17 horas, que era el horario de Santiago a Mil en ADN, generalmente se grababa en un estudio del segundo subterráneo, mucho más incómodo que en nuestro estudio cuando estás en vivo.

Tuve, además sino cómo, un equipo de guionistas de apoyo, que me armaban los pies discursivos y me hacían listas de preguntas para los entrevistados. La magia de la radio, la llamo yo. Además, venía todos los días un crítico de teatro de esos de verdad, curtido y sabido en el asunto, reacio a las preguntas mías, pero que tuvo la paciencia de responder a mis conjeturas algo obvias y plagadas de estereotipos y faltas de precisión. Yo un día le dije que él era una suerte de lazarillo de nuestro programa, pero su rostro se mantuvo inmutable frente al florazo y yo me quedé ahí no más, pareciendo un tonto más que un simpático.

En fin, uno agacha el moño por distintos motivos en la pega, y el programa de teatro de este verano avanzó sin que nos mandáramos grandes cagadas y con más que un par de conversaciones inolvidables (con Ramón Núñez contando acerca de su niñez, Paula González y su proyecto de teatro documental mapuche Ñi Pu Tremen, el Daniel Veronese y sus giras con su hija de dos años, la increíble simpatía de la Mega Bizcocho, Regina Orozco, hablando de su espectáculo de cabaret que desangraba a la vida política mexicana, o Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, colegas y pareja al mismo tiempo).

Pero sin duda, el día más difícil en la corta historia de nuestro programa de teatro fue aquel en que entrevisté, o sobreviví, a la conversación que intenté llevar con dos personas involucradas en la obra Moscas Sobre el Mármol. Venía Gloria Münchmeyer, a quien ya habíamos tenido de invitada en Es Lo Que Hay con Jani y había resultado algo increíble ("Quiero contarles que estoy embarazada", o también, "el spot de Mediomundo donde yo decía que era hedionda era porque siempre me ponía perfume... y es porque es verdad, soy enferma de hedionda"). El otro personaje era el director de la obra, Alejandro Castillo, que usted debe ubicar por su alcance televisivo como el Tambito. Conocedor de la obra de Heiremans, hacía una versión de Moscas Sobre el Mármol en una vieja iglesia del sector de Independencia.

En la entrevista seguí la pauta de preguntas lo más apegado a la regla, pues cuando ya hay dos entrevistados se tiende a hablar mucho. Tambito respondió con amargura, desgana y antipatía, como un real energúmeno, a cada una de mis consultas, poniendo por encima de todo su soberbia intelectual y desnudando al mismo tiempo que no quería estar en ese lugar respondiendo preguntas que le parecían ramplonas.

A la tercera respuesta huevona, la que claramente intentaba provocarme ("no digas burguesía, porque en rigor no es burguesía, eso es otra cosa... este es el proceso de un grupo de inmigrantes adinerados que no reúnen las condiciones que define la palabra burguesía"), le expliqué caballerosamente que la idea del espacio era conocer las motivaciones que tenían los directores para tales o cuáles obras. Él, sacando a relucir ya a esas alturas una imbecilidad evidente, dijo: "no me importa el público, esto lo hago para mí".

Entonces, Gloria, que se había mantenido silenciosa e intentaba parecer simpática, no pudo actuar más. Entiéndanme, la mejor actriz chilena viva se vio tan incómoda que su rostro se desarmó como una cajonera de mimbre en medio del sismo del 27 de febrero. Intentó componer la situación diciendo con suavidad a Tambito: "lo que él te quiere preguntar no es la definición de burguesía, te está preguntando otra cosa".

"No si yo estoy diciendo nada más", dijo el tarado.

A esas alturas, por dentro, yo me salía de madre, pasaba por encima de la ganadora de la Copa Volpi a mejor actriz por La Luna en el Espejo y me dieron ganas de ponerle un par de combos en el hocico. Me pasa poco, soy más bien paciente.

Miro a Gloria, incómoda, avergonzada, lateada.

De pronto la conversa se acaba y yo, que cada tarde me largaba porque tenía que hacer con mis obligaciones académicas, me pongo las de clavo y parto no más. Sin que importe. Sin drama. Pega es pega. También pensaba que debía haber reaccionado, que nada me costaba mandarlo un rato a la chucha y que se las arreglaran.

A otra cosa, dije.

Nunca supe si la conversación se editó al aire. No me interesaba saber.

Hace dos días, a eso de las 4 y media de la tarde, Jani y yo estábamos, como sabrá, en el estudio de ADN conduciendo nuestro programa. De pronto, abre la puerta de nuestro locutorio Gloria Münchmeyer. Me ve, yo le digo "Hola, Gloria, qué gusto", y me abraza, muy apretado.

Al separase de mí, me dice: "Yo ya no le hablo a ese huevón". Me costó captar a qué se refería. La miro perplejo. Hago el viaje hacia atrás. "Es un pelota", me dice. Sí, por supuesto, se refería a él. "También peleamos por otras cosas", me aclara, "pero ya no le hablo, quería que lo supieras".

¿Era una disculpa? ¿Un sentimiento de lástima por este cronista que entre paciente y ahuevonado no dijo nada en su momento?

No importaba, así que simplemente la abracé de vuelta y le di las gracias.

jueves, 2 de julio de 2009

10 canciones que me recuerdan a mi padre

jueves, 2 de julio de 2009
Esto estuve por hacerlo cuando correspondía, es decir, en el día del idem, pero no fue posible por mis diferentes obligaciones en el magíster. Estaba por retomarlo y se murió Michael Jackson. Adivinen a cuál fue uno de los expertos en Michael Jackson que llamaron a opinar a la tele... precisamente. Bueno, como el tema me quedó dando vuelta y volví a escuchar un montón de buenos temas y otros no tanto (la verdad mi padre no tenía tan tan buen gusto pero escuchaba harta música). Sé que tendría que estar haciendo una columna para nuevas tecnologías y estudiando para OP que ya me saqué un 1, pero qué diablos... nada es tan importante.

Creo que tengo la fortuna de decir que hay un puente emotivo que me ayuda a recordarlo después de más de dos décadas. Sirve. Qué útiles son las canciones. Ahí va.

1. JAMES LAST / The lonely sheperd (cuando Tarantino la usó en KILL BILL me dije... el que sabe, sabe)

2. THE SHADOWS / See you in my drums (me gustaba tanto cuando chico, que fue mi primer vinilo, un 45 rpm que traía "Sonambulism" en la cara "B").

3. EAGLES / New kid in town (estaba de moda entonces... nada especial, solo lo veo a él cuando la recuerdo)

4. PAUL MC CARTNEY / Uncle Albert/Admiral Halsey (Podría asegurar que este tema se lo vacilaba entero... le encantaba la sensación de la lluvia y la tormenta, el sonido del teléfono, la voz al fondo hablando, el silbido imitando los pájaros... ahí una vez me explicó todo lo que la canción contenía. No se me olvidó jamás)

5. CARPENTERS / We've only just begun (Lo bueno es que podrían ser decenas de canciones de los Carpenters. Acá selecciono esa porque me acuerdo con la atención que él escuchaba cantar a Karen Carpenter. "Cómo canta la niña", decía)

6. NEIL DIAMOND / Sweet Caroline (ok, no era de mi gusto, pero tenía varios discos, y podría decirse que era uno de sus favoritos, pero podría poner 20 temas de Diamond, 30 de Ray Coniff y otros 50 de James Last)

7. YVONNE ELLIMAN /I don't know how to love him (de la película freak ópera rock de Jewison, Jesus Christ Superstar. Veo la cara de mi padre feliz cuando le trajeron el vinilo prensado en Alemania. Juarba que sonaba mejor que la edición latina... mi padre era chileno, obvio. Y sí, la versión de Helen Reddy fue más famosa)

8. B.J. THOMAS / Raindrops keep fallin' on my head (Casi puedo estar seguro de que esta versión es la que él escuchaba... no sé... ha pasado mucho tiempo)

9. DONNA SUMMER /Love to love you baby (No puedo parar de reír recordando cuando intentaban explicarme de chico que ella no se quejaba de placer sino que se moría de pena)

10. BARRY WHITE /Love's theme (esta representa toda la tracalada de temas instrumentales y orquestados que le gustaban una brutalidad. Nunca lo entendí mucho... desde Paul Muriat hasta Werner Muller... en fin, aguante viejo, ahí no le achuntabas mucho la verdad)