lunes, 7 de junio de 2010

Manuel García y su nuevo vuelo

lunes, 7 de junio de 2010


En medio de su presentación el sábado pasado en la SCD de Plaza Vespucio, con público fervoroso y diverso en edad, Manuel García hace varios homenajes: con gafas personifica a Florcita Motuda con una bella interpretación de “Gente”. Saluda el talento y ruega por la recuperación de Gustavo Cerati. Arenga la valentía de músicos chilenos más jóvenes que él y que son parte de su apadrinamiento. Muestra una bandera con el rostro de Allende. Cambia la guitarra de palo por una Fender Telecaster blanca y se transforma en Bob Dylan.

Es eso finalmente: su bobdylanazo, como lo confesaba días antes al aire en una entrevista. Es un tipo que huye de las etiquetas, que está atento y consciente de cómo son los periodistas y de cómo ellos le cuelgan letreros: que se parece mucho a Silvio, que tiene el sonsonete de Víctor, que es como esto o aquello.

Sin el afán de defender a nuestros colegas, el periodismo, ingratamente, define con lo que existe, y eso, Manuel García no lo perdona (vean el librillo interior de S/T). Entre canción y canción, relajado y a sus anchas, vuelve a burlarse de los que redactan mal o que entienden otra cosa. Es cierto: desde Mecánica Popular en adelante, Manuel García sufre malinterpretaciones: por su postura poética, su sonoridad de trovador queriendo ser rockero, al adquirir el papel de Víctor Jara en una reposición sinfónica, o ahora, cuando vuelve a la naturaleza de una banda (lo demuestra muy bien en los arreglos de la sencilla “Alfil”).

¿Dónde está su liberación entonces? Hay, esencialmente, dos cosas. La primera es la carátula de su nuevo disco, el dibujo de la guitarrita y las alas de libélula. Manuel García está muy arriba, sólido, respetuoso de su historia (cantó “Gato” para gusto de los seguidores más veteranos), pero se pone el traje de alguien que sabe que está de moda. La segunda es el público, fervoroso y diverso. Padres con hijos pequeños, adolescentes en patota, hombres y mujeres maduros, gente en el suelo, en los pasillos, con cámaras, con teléfonos al aire, perplejos primero, emocionados después, provocando tres bis y un emotivo final con “El viejo comunista”.

Despojado de un solo estilo, Manuel García está en ese alto vuelo de la visita estilística, del cantautor libre. Las canciones, enchufadas o de palo, son las mismas para todos. Y el énfasis que él pueda darles, es un juego que contiene, sin prejuicio alguno, una mirada muy contenida y estratégica, del espectáculo (probablemente recomendada por la mano de Carlos Fonseca).

Manuel García, ya antes del lanzamiento de su nuevo disco (se espera que sea en un teatro en condiciones más solemnes), le hace muy bien a la música y a la gente.