jueves, 18 de marzo de 2010

El día que me abrazó Gloria Münchmeyer

jueves, 18 de marzo de 2010
No sé nada de teatro. Con suerte intuía que cada año hay muchas obras en Santiago a Mil. Pero supe más por estar clavado con la conducción del programa de teatro de la ADN en enero pasado: y supe que el teatro chileno tiene mucha historia, estilos, alcances, voces y momentos. Por lo tanto, todos los días de enero, conduje un programa de radio sin tener idea de nada de teatro. Entrevisté a actores, directores y autores. Siempre lo hice desde la cándida ignorancia y el sentido común.

Por la disponibilidad de invitados más al mediodía que a las 17 horas, que era el horario de Santiago a Mil en ADN, generalmente se grababa en un estudio del segundo subterráneo, mucho más incómodo que en nuestro estudio cuando estás en vivo.

Tuve, además sino cómo, un equipo de guionistas de apoyo, que me armaban los pies discursivos y me hacían listas de preguntas para los entrevistados. La magia de la radio, la llamo yo. Además, venía todos los días un crítico de teatro de esos de verdad, curtido y sabido en el asunto, reacio a las preguntas mías, pero que tuvo la paciencia de responder a mis conjeturas algo obvias y plagadas de estereotipos y faltas de precisión. Yo un día le dije que él era una suerte de lazarillo de nuestro programa, pero su rostro se mantuvo inmutable frente al florazo y yo me quedé ahí no más, pareciendo un tonto más que un simpático.

En fin, uno agacha el moño por distintos motivos en la pega, y el programa de teatro de este verano avanzó sin que nos mandáramos grandes cagadas y con más que un par de conversaciones inolvidables (con Ramón Núñez contando acerca de su niñez, Paula González y su proyecto de teatro documental mapuche Ñi Pu Tremen, el Daniel Veronese y sus giras con su hija de dos años, la increíble simpatía de la Mega Bizcocho, Regina Orozco, hablando de su espectáculo de cabaret que desangraba a la vida política mexicana, o Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, colegas y pareja al mismo tiempo).

Pero sin duda, el día más difícil en la corta historia de nuestro programa de teatro fue aquel en que entrevisté, o sobreviví, a la conversación que intenté llevar con dos personas involucradas en la obra Moscas Sobre el Mármol. Venía Gloria Münchmeyer, a quien ya habíamos tenido de invitada en Es Lo Que Hay con Jani y había resultado algo increíble ("Quiero contarles que estoy embarazada", o también, "el spot de Mediomundo donde yo decía que era hedionda era porque siempre me ponía perfume... y es porque es verdad, soy enferma de hedionda"). El otro personaje era el director de la obra, Alejandro Castillo, que usted debe ubicar por su alcance televisivo como el Tambito. Conocedor de la obra de Heiremans, hacía una versión de Moscas Sobre el Mármol en una vieja iglesia del sector de Independencia.

En la entrevista seguí la pauta de preguntas lo más apegado a la regla, pues cuando ya hay dos entrevistados se tiende a hablar mucho. Tambito respondió con amargura, desgana y antipatía, como un real energúmeno, a cada una de mis consultas, poniendo por encima de todo su soberbia intelectual y desnudando al mismo tiempo que no quería estar en ese lugar respondiendo preguntas que le parecían ramplonas.

A la tercera respuesta huevona, la que claramente intentaba provocarme ("no digas burguesía, porque en rigor no es burguesía, eso es otra cosa... este es el proceso de un grupo de inmigrantes adinerados que no reúnen las condiciones que define la palabra burguesía"), le expliqué caballerosamente que la idea del espacio era conocer las motivaciones que tenían los directores para tales o cuáles obras. Él, sacando a relucir ya a esas alturas una imbecilidad evidente, dijo: "no me importa el público, esto lo hago para mí".

Entonces, Gloria, que se había mantenido silenciosa e intentaba parecer simpática, no pudo actuar más. Entiéndanme, la mejor actriz chilena viva se vio tan incómoda que su rostro se desarmó como una cajonera de mimbre en medio del sismo del 27 de febrero. Intentó componer la situación diciendo con suavidad a Tambito: "lo que él te quiere preguntar no es la definición de burguesía, te está preguntando otra cosa".

"No si yo estoy diciendo nada más", dijo el tarado.

A esas alturas, por dentro, yo me salía de madre, pasaba por encima de la ganadora de la Copa Volpi a mejor actriz por La Luna en el Espejo y me dieron ganas de ponerle un par de combos en el hocico. Me pasa poco, soy más bien paciente.

Miro a Gloria, incómoda, avergonzada, lateada.

De pronto la conversa se acaba y yo, que cada tarde me largaba porque tenía que hacer con mis obligaciones académicas, me pongo las de clavo y parto no más. Sin que importe. Sin drama. Pega es pega. También pensaba que debía haber reaccionado, que nada me costaba mandarlo un rato a la chucha y que se las arreglaran.

A otra cosa, dije.

Nunca supe si la conversación se editó al aire. No me interesaba saber.

Hace dos días, a eso de las 4 y media de la tarde, Jani y yo estábamos, como sabrá, en el estudio de ADN conduciendo nuestro programa. De pronto, abre la puerta de nuestro locutorio Gloria Münchmeyer. Me ve, yo le digo "Hola, Gloria, qué gusto", y me abraza, muy apretado.

Al separase de mí, me dice: "Yo ya no le hablo a ese huevón". Me costó captar a qué se refería. La miro perplejo. Hago el viaje hacia atrás. "Es un pelota", me dice. Sí, por supuesto, se refería a él. "También peleamos por otras cosas", me aclara, "pero ya no le hablo, quería que lo supieras".

¿Era una disculpa? ¿Un sentimiento de lástima por este cronista que entre paciente y ahuevonado no dijo nada en su momento?

No importaba, así que simplemente la abracé de vuelta y le di las gracias.