jueves, 16 de abril de 2009

A los 5, a los 15, a los 50

jueves, 16 de abril de 2009

Esta es una historia personal que comienza a partir de una cadena que se esparce por mail. Jamás abro esas cadenas, pero mucha gente reenvía y reeenvía poemas, power points, chistes, situaciones, escritos falsos de García Márquez, fotos raras, denuncias sin respaldo, fechas del fin del mundo y muchas basuras más. Si el encabezado de un mail tiene las letras “FWD”, tiendo a desconfiar de inmediato.

Y sí, además de todo, esta historia tiene que ver con la memoria, la desconfianza, y las malas personas. En ella, yo también soy una mala persona. Me presento como un tipo que no olvida, que se resiente, que vio cosas que no le gustaron, pero que sirven además para la impronta moral. Lo que queda claro en el fin es que, para mí, eres quien eres a los 5, a los 15 y a los 50.

Con todo, no condenaré jamás a quien juzgue que me porté como un idiota, un egoísta, un resentido, o qué más. Simplemente es esta la confirmación de que en el final tengo tranquilidad con cómo soy por la vida, con aciertos y desaciertos. Feliz de serlo. Feliz.

¿Es algo importante? Llevo tres párrafos y me da risa porque probablemente no es algo tan importante. Pero también estoy convencido de que los detalles te delatan. Lo que hagas en pequeño, lo harás después con algo grande.

El mail en cuestión tenía un nombre: Millaray. Me suena, digo. Espera. Mi colegio. Veo el resto de los mails a los cuales Millaray escribió. Sí, indudablemente es otro de esos odiosos mails del colegio, con la misma gente. Ahí, en esa generación, ocurre, como en todo, que hay un grupito que siguió viéndose, que crió lazos, que siguen en contacto, y otros que se fueron.

Yo nunca dejé amigos en mi generación del colegio.

Millaray trabaja vendiendo teléfonos. Me la encontré un día en uno de esos módulos de un mall, y creo que conversamos afablemente. Se veía muy bien. Recuerdo que nunca nos tuvimos mala.

El power que venía en este mail hablaba de ladrones, pero, como dije antes, no lo abrí. Lo borré.

Un par de horas más tarde llegó un mail que respondió a todos los que estábamos aludidos, aunque se dirigía en particular a Millaray. Esa respuesta era de Boris. Y Boris era un tipo más bien cauto, timidón, buena persona, buen sentido de humor, bajo perfil.

Sus palabras fueron sorprendentes y creo que tenían mucho que ver con asuntos que quedan guardados en la impunidad y la incapacidad generacional que muchos de nosotros portamos al preferir quedarnos en silencio, por miedo, por giles, por ahuevonados.

Boris le decía a Millaray que no leía cadenas pero que aprovechaba de decir, respecto de los robos (y ahí me quedo corto porque el tema del mail, tal cual dije antes, no lo supe) que uno de nuestros compañeros, que está aludido en la lista de mails, le había robado no sé que año una medalla que le habían traído de Canadá y que significaba mucho para él. Este aludido, de nombre de pila Janshe, no solo robó esa medallita según Boris, sino que la usó días después, en una actitud muy cara de raja, pero también muy pendeja. Boris le alcanzó a preguntar de dónde la había sacado, pero Janshe dijo que no le diría, que era un secreto. Y así Boris cooperó con la medallita.

La estatura de este relato, aludido a la gran mayoría de mis compañeros de colegio en este curioso mail que había comenzado con una cadena, alcanzaba ya ribetes por lo menos interesantes. Una pendejada, qué duda cabe, pero el sabor de la impunidad me hizo sentir un apego hacia Boris. Él no fue lo suficientemente fuerte como para llevar esto al final. A medio camino, por la razón que sea, cuando te quedas solo, ya no luchas más, pero a la larga te pesa el doble. El triple. Y luego el olvido, y luego, las tareas inconclusas.

¿Un detalle pequeño? ¿Más bien una pequeñez? Probablemente. Pero, al imprimirle un toque sutil de empatía, era como para, al menos no olvidarlo con el paso de los años. Boris no lo olvidó.

Y entonces, recordé lo que me había pasado a mí.

Andrei era un tipo líder, un payaso, un pelusón. Dibujaba bien además. Como compañeros le pedí una vez que me hiciera la caricatura del director de media de mi colegio para lanzarlo en la revista clandestina que teníamos en ese momento. Su falta de carácter y su miedo lo hicieron colapsar y me llevó a mí a la dirección, como autor de esa revista clandestina que de político tenía nada, pero que pelaba a los profesores frontalmente. Podían echarme del colegio. No lo culpo, alguien lo apretó y era un pendejo. Lo perdoné, a pesar de que estuve a poco de que me echaran del colegio, justo al terminar cuarto medio.

En esos tránsitos, Andrei, en mi casa una vez, me pidió prestada una guitarra de palo que yo tenía. Yo me sabía con cueva tres o cuatro acordes. Él, ya entonces, tocaba canciones de Silvio. Me la pidió prestada. Yo no me pude negar, además el tipo tocaba tan bien.

Jamás me la devolvió. Se la pedí varias veces, me prometió ir a dejarla, pero entendí pronto que todo tenía que ver con cómo era, con lo grupiento que era, con lo embaucador que se portaba, con amigos, con minas y con profes. Era esencialmente, un mentirosillo.

El mail de Boris está enfrente mío. Y por primera vez en mucho tiempo decido hablarle a un compañero de colegio por esta vía. No respondí al resto de la lista. Y le conté la historia que acabo relatar con Andrei, señalando además que me sentía completamente interpretado por sus palabras, en el sentido de que a mí no se me olvidaba.

Oprimo send.

Una hora más tarde, esta vez aludiendo a todos los de lista de compañeros de colegios, adivinen quién reaccionó: Andrei. En un tono cruel, típico de su estilo, con un sentido de burla y descalificación en cada palabra, se pasó por la raja los argumentos ahora penosos de Boris, y le recomendó que se fuera a terapia por resentido, por no saber entender que había cosas más importantes. Ironizó sobre que si tenía pruebas en contra de Janshe, lo correcto era denunciar a la autoridad pertinente y que había en nuestra generación abogados que le podían echar una mano. Presa de una soberbia brutal, le recomendó leer a Cortázar. Más adelante cerró filas como un masón y le pidió explícitamente que no se metiera en la buena onda de la generación del colegio, que se relajara, que no era importante.

Yo, entiéndame por favor, no pude aguantar cagarme de la risa. En cada intersticio de la mente del ser humano, en cada palabra, y desde tanto tiempo antes, seguimos siendo exactamente los mismos. Lo reitero: a los 5, a a los 15, a los 50. Lo que haces en pequeño… en fin. La mirada de la nostalgia se hace cada vez más lejana cuando quieres dejar atrás cosas que no te convienen. Pero ese acto, no es algo conciente. Se nota cada cierto tiempo, cuando muestras la hilacha. Porque una cosa es la falibilidad humana. Otra muy distinta es la lucidez de las malas intenciones.

El mejor chiste hubiera sido responder a todos los remitentes con la declaración: “Oye maricón, devuélveme la guitarra”. Pero como dice un amigo mío: “Eso no se hace”.

Le escribí a Boris otra vez: “mira qué casualidad quién respondió a tu demanda”.

Pero Boris no habló más. No me respondió ni respondió al grupo.

¿Qué habré hecho yo en esos años, que ya olvidé, que ya no me acuerdo? ¿De quién me burlé? ¿A quién dañé si es que lo hice? Podría argumentar: “Es que era un pendejo”. Pero hay algo que me da tranquilidad. A los 5, a los 15, y a los 50 siempre he sabido pedir perdón y ponerme en el lugar de otro.

Que no se me pase.